6 de septiembre de 2010

Un poco de ficción.

Se me había dado por contar los segundos de que pasaba tal o cual cosa (a eso le llamo ocio) y de la nada me vino la idea de trabajar un poco con el tiempo, porque siempre andamos corriendo por una u otra urgencia. Pero lo pasé a ficción y quedó ésto;

Tenía que aprovechar los dos segundos que la luz permanecía prendida para buscar la comida y los otros cinco segundos de oscuridad eran para huir. El plan de forma inversa se veía mucho mejor ya que podría usar la oscuridad para que no me vieran, tomar lo que necesitaba y esconderme en cuanto la luz haga su aparición. Muchas veces mi primo tenía razón, podría además así visualizar mi próxima parada para luego de concretado el plan. Apenas comenzaba la noche y nada me apuraba más que el temor a que mi estómago delator profiriera algún sonido que pudieran escuchar los Mabigors, si bien eran bastante sordos el hambre podría quejarse de una forma que hasta en América del Sur se oiría. Pero entonces recordé cual era mi prisa, él. Me giré a verlo en su estado casi moribundo, no precisamente a causa de nuestra situación, siempre me había inquietado saber qué estaba mal con él. En sus ojos vivía la ilusión y aunque inconsciente, transmitía ese sentimiento de querer ayudarlo, lo pedía con cada respiro que emitía.

Besé su frente y tomé fuerzas, sentí que la noche estaba de mi lado y todas las posibilidades eran mías. No había nada que pudiera arruinarlo, y mis energías salían del deseo de terminar con todo esto, pues mi cuerpo estaba por desnutrirse. Ahora estábamos en un campo distinto, y desconocía la zona, ésta sería la primera vez. Quité la vista de él y sin ni una palabra pude interpretar su compañía como un “gracias” desesperado. Mis cálculos habían sido hechos a la perfección, llevábamos más de veinte minutos allí esperando las luces y supimos que nada variaría más que esos dos y cinco segundos.

Conté dos y corrí a toda velocidad con cautela y mi cuerpo encogido. Sentí que la comida se acercó a mí o que corrí con tal velocidad que aún no llegaba el quinto segundo y la oscuridad seguía. ¿Qué sucedía? No tuve tiempo a tener miedo, ni a pensarlo, ni a respirar, apenas le regalé un sonido sordo de dolor a mi primo, como saludo de despedida. Y la fuerza con la que me sentí envuelta se sintió como si billones de pequeños cuchillos me hicieran trizas lenta y dolorosamente, poniéndome ácido en las aberturas para sentir mis huesos desvanecerse. Entonces así se sentían las inyecciones letales de éstos malditos bichos extraespeciales. Efectivamente mataban gente en dos segundos, por eso solo precisaban aquel intervalo de luz.

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